Byung-Chul Han y la psicopolítica digital: cómo el poder moderno seduce en lugar de oprimir
Esta semana nos sumergiremos en una de las mentes más inquietantes y lúcidas de la filosofía contemporánea: la de Byung-Chul Han. Adentrarse en su pensamiento es como encender una luz cruda sobre los rincones más oscuros de nuestra vida digital, nuestras relaciones, y hasta de nuestra forma de pensar sin darnos cuenta. No es cómodo, pero es profundamente revelador. Su mirada sobre el mundo actual no solo incomoda, también despierta.
Byung-Chul Han nació en Seúl, Corea del Sur, en 1959, en el seno de una familia de clase media. Su entorno fue tradicional y disciplinado, marcado por el esfuerzo académico y el respeto por el conocimiento. Estudió inicialmente metalurgia en su país natal, una carrera técnica que abandonaría con rapidez tras descubrir que su verdadera vocación no estaba en los laboratorios ni en los números, sino en el pensamiento profundo y la reflexión sobre el ser humano. Movido por esa inquietud, se trasladó a Alemania a finales de los años 80, donde se formó en filosofía, literatura alemana y teología en la Universidad de Friburgo y más tarde en la Universidad de Múnich.
Allí, el encuentro con el pensamiento europeo fue determinante. Se empapó de autores como Heidegger, Foucault y Hegel, cuyas ideas impactaron profundamente su forma de entender el poder, el lenguaje y la cultura. Sin embargo, Han nunca se limitó a repetir lo que leía: desarrolló su propia voz crítica, afilada, implacable. En sus textos, mezcla la precisión filosófica con un estilo casi poético, breve, pero contundente.
Con el paso del tiempo, sus ideas se han convertido en referentes clave para entender la lógica del presente. Ha escrito sobre el capitalismo del rendimiento, la sociedad de la transparencia, la desaparición del otro, y especialmente sobre lo que él denomina psicopolítica digital: una nueva forma de control que ya no reprime, sino que seduce, que ya no manda desde fuera, sino que coloniza la mente desde dentro. Actualmente reside en Alemania y es profesor en la Universidad de las Artes de Berlín. Sus obras se traducen en todo el mundo y su pensamiento es debatido, estudiado e incluso temido por quienes ven en él un espejo demasiado honesto de lo que somos.
La psicopolítica digital
Aunque partimos del mismo problema de fondo que en la presentación del autor —la forma en que las redes sociales transforman nuestra relación con nosotros mismos—, en esta ocasión no volveremos sobre la lógica del narcisismo o la exposición del yo como mercancía. Esa mirada ya fue explorada anteriormente. Lo que nos interesa ahora es observar ese mismo fenómeno desde otra perspectiva: la del poder. Esta vez nos adentramos en cómo esa estructura de vigilancia, autoexploración y control encaja en una lógica política más amplia. Lo que parecía un simple juego de imágenes y validación se revela, bajo el prisma de Byung-Chul Han, como una forma sofisticada de dominación: la psicopolítica digital.
Hoy, el poder ya no necesita torres, ni cárceles, ni látigos. Ya no se impone a través de la violencia visible, sino a través de la seducción. Controlar cuerpos es ineficaz si se puede controlar las mentes. Eso es lo que llamo psicopolítica digital.
La psicopolítica es la forma más avanzada de dominación: opera desde dentro, no desde fuera. No te obliga, te ofrece. No reprime, invita. El sujeto ya no se siente dominado, sino libre. Y en nombre de esa supuesta libertad, se autoexplota, se exhibe, se vigila a sí mismo. En este nuevo régimen de poder, el individuo cree que se expresa, cuando en realidad se delata. Cree que elige, cuando en realidad ejecuta lo que el sistema ya había previsto.
El neoliberalismo ha transformado al ciudadano en empresario de sí mismo, en producto, en marca. Y las plataformas digitales son el terreno perfecto para esa explotación voluntaria. Entregamos nuestros datos con alegría, sin resistencia, convencidos de que estamos participando, cuando en realidad estamos alimentando una maquinaria de vigilancia emocional y comercial que extrae beneficios de nuestras pasiones, opiniones y deseos.
El sujeto psicopolítico ya no necesita un amo: él mismo se convierte en su explotador. Administra su productividad, mide su rendimiento, se exige positividad constante. La autooptimización reemplaza a la reflexión. El rendimiento sustituye al pensamiento. Y el exceso de transparencia anula la profundidad.
Las redes sociales no son espacios de libertad, sino vitrinas de exhibición. Cada gesto, cada publicación, cada like, cada scroll, cada palabra es registrada, clasificada y utilizada para modelar nuestras decisiones futuras. La libertad se convierte en apariencia, mientras la sumisión se hace imperceptible.
En esta era, el poder se vuelve inteligente. Se vuelve amable. Se vuelve invisible. Y por eso, es más efectivo que nunca. No necesita silenciarte, basta con que te sientas escuchado. Basta con que tengas la ilusión de estar decidiendo por ti mismo, cuando todo ha sido previamente calculado por algoritmos que te conocen más que tú mismo.
El sujeto digital vive en una celda sin barrotes. Una celda construida con likes, con datos, con promesas de libertad. Pero una celda al fin y al cabo. Por eso digo que el poder actual no prohíbe: seduce. No excluye: integra. No castiga: recompensa. Y eso lo hace más difícil de percibir, más difícil de resistir.
Lo que plantea Byung-Chul Han, su visión sobre la "psicopolítica digital" no solo me parece acertada, me resulta urgente. Llevamos demasiado tiempo creyendo que estamos más libres porque tenemos más opciones, cuando en realidad nos hemos vuelto más dóciles, más previsibles, más manipulables. Lo que antes hacían los estados con censura y represión, hoy lo hacen las plataformas con algoritmos y dopamina. Nos empujan a producir contenido, a mostrarnos, a consumir sin pausa, mientras les entregamos todos los datos que permiten modelar nuestras emociones, nuestros gustos y hasta nuestras decisiones políticas. La idea de que el poder ya no necesita imponer, porque ahora seduce y se infiltra, me parece una de las revelaciones más potentes de nuestra época. Es incómodo, claro. Porque nos deja sin excusas. Ya no hay un enemigo visible. Somos parte del mecanismo. Por eso creo que necesitamos un cambio profundo de paradigma: dejar de medir todo en términos de exposición, rendimiento y productividad personal, y empezar a recuperar la capacidad de silencio, de pensamiento propio, de pausa. Este modelo de sujeto hipervisualizado, hiperinformado e hiperocupado está diseñado para evitar que pensemos, que nos cuestionemos, que tengamos espacios reales de libertad. Y hasta que no seamos conscientes de eso, seguiremos creyendo que estamos decidiendo por nosotros mismos, cuando en realidad solo estamos cumpliendo con lo que el sistema espera de nosotros.
“El sujeto de rendimiento se explota a sí mismo creyendo que se está realizando. Es víctima sin verdugo.” — Byung-Chul Han, "La sociedad del cansancio"
Con esta frase, Byung-Chul Han pone en evidencia una de las trampas más sofisticadas del sistema actual: hacer que el individuo crea que está eligiendo, cuando en realidad está cumpliendo con lo que el poder espera de él. Ya no se necesita opresión externa, porque el sujeto ha interiorizado las exigencias de rendimiento, éxito y exposición como si fueran deseos propios. Trabaja más, se exige más, se juzga más… convencido de que todo es por crecimiento personal. Pero en realidad, se está explotando a sí mismo sin darse cuenta. Y lo más inquietante es que ya ni siquiera hay un opresor visible. El verdugo ha desaparecido porque ahora el látigo es interno. Esa es la paradoja: el sistema ha logrado que el sacrificio parezca libertad.
Desde mi punto de vista, esta frase es brutal porque desenmascara algo que se ha vuelto normal. Vivimos agotados, corriendo detrás de objetivos que muchas veces ni nos hemos planteado en serio. Nos empujamos al límite mientras repetimos mantras sobre superación y productividad como si fueran verdades universales. Pero, ¿quién definió esos objetivos? ¿Para qué sirve ese esfuerzo constante que nunca alcanza? Me parece que este tipo de pensamiento es necesario, porque incomoda, porque corta el piloto automático y te obliga a mirar hacia dentro. Si somos víctimas sin verdugo, ¿qué estamos esperando para dejar de ejecutarnos?
¿En qué momento convertimos el autocastigo en estilo de vida? ¿Cuánto de lo que hacemos nace realmente de nosotros? ¿Y si ya no hubiera nadie oprimiéndonos… salvo nuestras propias creencias? ¿Quién se beneficia de que sigamos así, tan ocupados, tan productivos, tan “libres”?
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