Byung-Chul Han y la crítica más incómoda a las redes sociales: el ego como mercancía
Algunas claves de su pensamiento:
1. Sociedad del rendimiento: Han sostiene que hemos pasado de una “sociedad disciplinaria” (Foucault) a una “sociedad del rendimiento”, donde el individuo ya no es reprimido por un poder externo, sino que se autoexplota creyendo ser libre. Nos decimos “puedo hacerlo”, pero esa positividad nos agota.
2. La transparencia como violencia: En su libro La sociedad de la transparencia, advierte que la obsesión por mostrarlo todo (vida, emociones, cuerpo, opiniones) destruye el misterio, la profundidad y la intimidad. Todo debe ser visible y medible, incluso los afectos.
3. Psicopolítica digital: En lugar de controlar con miedo, el poder actual seduce y explota la libertad individual. Nos vigilan no a través del castigo, sino de los datos que nosotros mismos entregamos voluntariamente.
4. El otro ha desaparecido: Han habla de la desaparición del “otro” real. En las redes solo encontramos reflejos de nosotros mismos. Los “amigos” son validaciones del propio ego, como dice la frase. No hay diálogo ni verdadera alteridad, sino espejos.
5. La aceleración de lo superficial: En lugar de profundidad, cultivamos lo inmediato, lo fácil de consumir, la positividad constante. Esto lleva a una cultura del “like” y del “mejor yo” como marca personal.
En resumen, Byung-Chul Han tiene una mirada crítica, lúcida y pesimista sobre el presente. No se queda en denunciar lo digital, sino que muestra cómo nos moldea, nos fragmenta y nos impide pensar y sentir con autenticidad.
“En las redes sociales, la función de los ‘amigos’ es ante todo realzar el narcisismo al prestar atención, como consumidores, al ego exhibido como mercancía.”
Es una crítica profunda y provocadora que condensa varias de sus ideas clave en pocas palabras. Aquí va un análisis detallado:
- Los “amigos” como consumidores, no como vínculos reales: En lugar de pensar en los amigos como personas con las que se construye una relación genuina, Han los presenta como consumidores del yo. Ya no son interlocutores, sino espectadores. Su función no es el diálogo, sino el reconocimiento pasivo, como quien sigue un influencer. Esto es un reflejo de cómo las plataformas sociales han vaciado de contenido los vínculos y los han convertido en métricas (likes, seguidores, visualizaciones).
- El narcisismo como forma dominante del yo: El autor toma el concepto de narcisismo no en su sentido clínico, sino como estructura de la subjetividad contemporánea. El yo se vuelve auto-referencial, obsesionado con su imagen, su impacto, su visibilidad. Y esta imagen se alimenta del número de amigos/seguidores que la validan. No se busca ser uno mismo, sino ser deseado.
- El ego como mercancía: Aquí está la crítica más dura: nuestra identidad, lo que mostramos de nosotros, ha sido convertido en un producto. El yo se exhibe como una marca personal. Fotos, estados, logros, opiniones: todo se empaqueta y se ofrece para ser consumido. Esto no solo degrada el sentido del yo, sino que también reduce la amistad a un intercambio de apariencias.
- Crítica al capitalismo digital: En el fondo, Han está señalando cómo las redes sociales, en el marco del capitalismo neoliberal, transforman incluso nuestras relaciones íntimas en dinámicas de mercado. Cada “amigo” se convierte en una estadística, y cada publicación en una campaña publicitaria del yo. No se comparte por afecto, sino por visibilidad. El afecto se convierte en un recurso que se capitaliza.
Esta frase es incómoda porque pone el dedo en la llaga: lo que consideramos social puede ser, en realidad, profundamente solitario. Interactuar no es sinónimo de relacionarse, y mostrar no es lo mismo que comunicar. Han nos obliga a preguntarnos: ¿A quién le hablas realmente cuando publicas algo? ¿Y qué parte de ti estás vendiendo, aunque no cobres por ello?
A veces me paro a pensar en lo enfermo que se ha vuelto todo esto. Publicamos no para expresarnos, sino para existir en los ojos de otros. Ya no basta con vivir algo: si no se comparte, parece que no cuenta. Las redes han convertido la atención en moneda, y cada uno de nosotros en su propio producto. Es como si nuestra identidad se construyera a base de aprobación ajena. Y lo peor es que lo normalizamos. Llamamos “amistades” a vínculos superficiales, nos obsesionamos con cifras que no nos abrazan cuando estamos mal, y confundimos exposición con conexión. ¿En qué momento empezamos a entregarle al algoritmo el poder de definir cuánto valemos?
Quizás deberíamos plantearnos algunas preguntas antes de cuestionar o descartar sus ideas:
- ¿Publicas porque realmente tienes algo que decir, o porque necesitas ser visto?
- ¿Te sientes validado solo cuando recibes likes y atención?
- ¿Has construido una imagen de ti mismo que se aleja de quien eres, solo porque esa versión obtiene más aprobación?
- ¿Muestras tu vida como una vitrina, cuidando cada detalle para que parezca perfecta?
- Y si mañana desaparecieran todas tus redes sociales… ¿quién seguiría ahí para escucharte de verdad?
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